Médicos con cabeza, pero sin corazón

Ayer, varios medios de comunicación informaron sobre el hallazgo de dos cabezas humanas encontradas al pie de la emblemática escultura conocida como La Palma Amarilla. Seguro esta noticia se convirtió en un lugar común, de tan acostumbrados que estamos ya a estos macabros sucesos, pero no por ello deja de advertirnos el tipo de sociedad en que nos hemos convertido: la vida humana (lo más preciado que tenemos) se ha depreciado de tal modo que incluso la ambición personal menos inicua vale más que ella. La barbarización de la violencia en nuestra entidad no ha venido sino a ratificarnos la profunda crisis de valores que padecemos. Esta trivialización de la dignidad humana ha permeado toda clase de condición y posición social, incluido aquel sector encargado de velar por el bien más grande que tenemos al alcance: nuestra propia vida. Estoy hablando, sí, de la comunidad médica, crucial para el desarrollo y progreso de nuestra sociedad y que juega un rol importantísimo incluso en mantener su paz y su bienestar, porque nadie negará que una sociedad permanentemente enferma es incapaz de conseguir su propia realización, así tenga a su disposición todos los bienes materiales posibles. Una serie de afecciones (afortunadamente nada graves) me llevaron a estar en contacto con un número considerable de médicos. No quiero generalizar, ni mucho menos estigmatizar, pues entre ellos encontré a galenos de una alta calidad humana y profesional. Sin embargo, me fue imposible no advertir con cierta tristeza que en algunos casos la medicina parece haberse divorciado de su sentido humanista, convirtiéndose en preocupante y lucrativo negocio, sobre todo para esa nueva generación de médicos que se formaron de la mano de los avances tecnológicos proporcionados por la ciencia médica y que, debido a esto, han optado por tratar a us pacientes tal como lo describía y ya tratan a sus pacientes como bien lo afirmó el eminente doctor Melvin Konner: “como objetos inanimados analizados por una computadora”. A esta nueva generación de médicos (sigo anteponiendo las excepciones) les hablo principalmente, intentando apelar a su sensibilidad, pues no sólo han olvidado aquel bello juramento de Hipócrates que, en uno de sus párrafos, rezaba: “Cuando entre en una casa, no llevaré otro propósito que el bien y la salud de los enfermos, cuidando mucho de no cometer intencionadamente faltas injuriosas o acciones corruptoras”, sino también aquello que decía el médico alemán Von Leyden: que el “primer acto terapéutico es darle la mano al enfermo”. La gran mayoría de los médicos no tienen hoy tiempo para escuchar a sus pacientes, desconociendo lo fundamental que es esto para ofrecer un diagnóstico certero. Convencidos de que la mente y el cuerpo son dos universos distintos e irreconciliables, olvidan que no se puede curar el cuerpo dándole la espalda a la mente, y viceversa. La medicina, en suma, se ha deshumanizado, los valores que antes se le atribuían al médico (solidaridad, comprensión, honestidad, compasión) parecen haberse vulgarizado de tal modo que ya a nadie le importan. Lo único que se escucha en algunos consultorios (y permítaseme esta imagen atroz) no es la sabia voz del médico sino una caja registradora llenándose de dinero. Personalmente, yo no sólo busco médicos buenos, sino también médicos honestos, y si me dieran a escoger, ponderaría más a un médico honesto que a uno bueno, porque un médico bueno de nada sirve si es deshonesto y un médico honesto podrían incluso, empujado por su misma honestidad, no tratarme si no saben bien a bien el mal que me aqueja. A esto se refería Hipócrates cuando decía que “cada vez que un médico no puede hacer el bien, debe evitar hacer el daño”. Dignifiquemos, pues, la labor médica en nuestra entidad. Médicos, dense el tiempo de escuchar a sus pacientes, sean honestos con sus diagnósticos, no conviertan su eximia tarea en un mercadillo, compitan no por ver quién se hace más rico pronto sino por ver quién puede vivir con menos y más modestamente, sin tanta cabeza pero con mucho (demasiado, si se puede) corazón. Yo creo que sólo de esta manera este importante sector podrá contribuir a tener una mejor y más sana (dicho sea en su doble sentido) sociedad.

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